LEPRA EN EL MUNDO


En los textos más antiguos de las culturas de Oriente llegados hasta nosotros, como el Papiro de Brugsch (2.400 a.C.), las obras de Susruta en la India (Susruta Samhita), y Charaka, que fueron los dos médicos hindúes más famosos de los años 500-100 a.C., ya se menciona una enfermedad infecciosa, una de cuyas variedades producía la “pérdida del sentido del tacto”, clara alusión a la lepra anestésica.
En China la mencionan varios Pen-Tsaos y los Anales de Confucio (600 a.C.). En la Biblia, en el Antiguo Testamento (Pentateuco, Levítico) se establece el concepto de leproso.
Según estos testimonios se deduce que desde tiempos muy remotos fue conocida esta enfermedad en Egipto y Oriente (Mesopotamia e India, China, Japón) extendiéndose desde allí a Grecia, la Península Itálica y Norte de África y ya en la Edad Media, por toda Europa. Los Vedas de la India que recogen tradiciones orales tan antiguas como de 6.000 años a.C. demuestran que esta enfermedad debió existir desde muy remotas épocas en el Continente asiático. En el Atarva Veda y Manava-Dharma-Castra se describen los síntomas de la lepra verdadera (1500-500 a.C.) recomendándose diversas medidas profilácticas contra la enfermedad. En el Susruta-Samhita (600-100 a.C.) se cita la lepra con el nombre de Vat-ratkaVat-shomita y Kushta, recomendándose para su curación el aceite de chaulmoogra.
Pero bajo el nombre kushta se conocían en la India un gran número de enfermedades cutáneas una de las cuales era la enfermedad de Hansen.
En China se usaba el término li o lai, en el que se incluían muy diversas afecciones de la piel, como el eczema, el prurigo y posiblemente la lepra. Otros términos chinos antiguos como lieh-fang y wu-chi siguen utilizándose para designar la lepra. Cuenta la Historia que uno de los discípulos de Confucio, de nombre Pe-Nieu, murió a causa de la lepra. La crónica de la Dinastía Chu contiene una descripción de la lepra verdadera.
Hua-To, el famoso médico-cirujano chino, en su obra “Remedios secretos completos”, hace una descripción minuciosa de la lepra y sus formas, detallando las lesiones nodulosas, la ronquera, la anestesia y la contagiosidad del mal, así como la influencia de la falta de higiene, la suciedad, la superpoblación, la promiscuidad y el contacto prolongado, en la extensión de esta enfermedad.
Entre malayos e indonesios, la palabra utilizada para designar la lepra es kusta, evidente préstamo cultural hindú. En Japón, las fuentes documentales más antiguas la denominan tsumi. En las ruinas de algunos templos de Angkor (Cambodia) se han hallado bajorrelieves representando lesiones mutilantes y deformantes de lepra. En Mesopotamia, entre asirios, babilonios, acadios, elamitas y sumerios, había diversas palabras para designar afecciones de la piel plagada de costras, pero la palabra eqpu designaba la enfermedad que destruye la cara y el cuerpo, la lepra. También se usó la palabra bennu.
HERODOTO que escribe en el año 170 a.C., consideraba a la India como el lugar de donde procedía la lepra. CTESIAS, otro gran viajero e historiador opinaba lo mismo antes que él (s. V a.C.).
En Egipto, el Papiro de Ebers (1300-1000 a.C.) además del Papiro de Brugsch citado, que recoge muy antiguos conocimientos de Egipto, describe la lepra en sus formas tuberculoide y lepromatosa con los nombres de tumores de Chous y mutilaciones de Chous.
Sin embargo no se conoce con exactitud el origen histórico de la lepra debido a la falta de conocimientos para diagnosticar y registrar las enfermedades en la antigüedad, y a los pocos datos que esta enfermedad deja en momias y esqueletos. Los casos comprobables más antiguos de lepra se encontraron en momias egipcias que datan del siglo II a.C., hace unos 2,200 años.
Aunque, no tiene mucha utilidad debido a que hay numerosas descripciones previas de cuadros clínicos que podrían ser causados por la lepra.
Aun cuando los registros de casos parecidos a lepra más antiguos se encuentran en el papiro de Berlín, que data de tiempos de Ramsés II, algunos autores insisten en que la lepra se originó en la India y fue llevada a Egipto por Alejandro Magno en su ya legendario viaje de exploración y conquista. Esto tiene sentido si analizamos la ruta de Alejandro desde Macedonia hasta la India y luego de regreso pasando por Egipto y por el Oriente próximo. Sea como fuere, en el siglo XX antes de Cristo, o sea hace 4,000 años, los egipcios probablemente ya habían observado algún caso aislado de lo que hoy conocemos como lepra.
Egipto era en esos tiempos casa de un pueblo errante, los judíos. Hay algunos registros que documentan que hasta 80,000 judíos de Egipto estaban infectados con lepra. Los judíos no sólo fueron en parte responsables de que la enfermedad se extendiera al huir de Egipto, sino que además, junto con los griegos y los árabes, crearon una de las mayores confusiones de la historia de la medicina. Para entender los acontecimientos que ayudaron a forjar el mito de la lepra como una enfermedad temida desde el punto de vista religioso, debemos primero revisar las descripciones de la enfermedad que hicieron estas tres culturas. Asimismo es importante conocer el nombre que cada una de ellas asignó a lo que hoy conocemos como lepra para comprender cómo una desafortunada serie de errores de traducción, a través de cuatro idiomas diferentes, llevaron a crear semejante laberinto médico.
Los hebreos contaban con una palabra que englobaba una serie de afecciones cutáneas que, en el marco religioso, representaban enfermedades “impuras” cuyos portadores debían ser alejados de la sociedad. Esta palabra era tzaraat. Al mismo tiempo, los griegos utilizaban la palabra “lepra”, para referirse también a una gran variedad de enfermedades cutáneas (probablemente la psoriasis, el vitíligo y algunos casos de acné). La enfermedad que hoy conocemos como lepra, en cambio, era llamada “elefantiasis” por los griegos. No muy lejos de allí, en el mundo árabe, los destacados médicos del Islam habían descrito una enfermedad que ellos llamaron juzam y que era el equivalente de la “elefantiasis” de los griegos, o sea la lepra de hoy en día.
Lucrecio (siglo I a.C.) en su tratado de filosofía “De rerum natura” (De la naturaleza) refiriéndose a la lepra dijo: “Es una enfermedad, la elefancia que nace hacia los márgenes del Nilo, no en otra parte, en medio del Egipto”.
VENECIA CREÓ EL PRIMER LAZARETO DEL MUNDOVenecia fue la primera nación que instituyó, en 1423, un edificio aposta donde ingresar a las personas afectadas de enfermedades contagiosas. Se eligió una isla, Santa María de Nazaret, como lugar ideal para preservar del contagio y para garantizar el aislamiento.
El lazareto era un espacio para la prevención y para la cura, en el que se asistía y curaba a los enfermos y donde se ponía mucha atención en separar a los enfermos, de los convalecientes y de los “sospechosos”.
El nacimiento de los lazaretos es el testimonio de la extrema atención que la República daba a la organización sanitaria.
LAZARETOS DE OBSERVACIÓN, TRATAMIENTO Y CONVALESCENCIA.
En Europa había muchos lazaretos de este tipo, siendo los más importantes los de: Trieste, Semlin, Malta, Marsella, Nisida, San Carlo, San Jacobo y Venecia. La legislación española distinguió entre lazaretos sucios y lazaretos de observación.
Eran edificios más o menos preparados para albergar personas contaminadas. En general estaban situados en los puertos marítimos, debido a la gran afluencia de pasajeros contagiados que acudían de todos los lugares del mundo.
CUARENTENAS Y LAZARETOS
El sistema cuarentenario, cuya piedra maestra es el lazareto, fue fundado con ocasión de la peste que asoló el occidente del mundo conocido en el siglo XIV y sus operaciones fueron perfilándose y afinándose hasta finales del siglo XIX, en que dicha institución pasó a un segundo plano como sistema preventivo contra las enfermedades infecciosas. La puesta en marcha de instrumentos preventivos daba respuesta en esa época a la aparición de enfermedades generales para las que la terapéutica se demostraba insuficiente en muchas ocasiones, aunque la aplicación de éstos ha continuado hasta nuestros días en las políticas de salud pública. De este modo, se creó toda una serie de dispositivos basados en las diferentes explicaciones etiológicas de todo este amplio periodo. Entre ellos se encuentra la cuarentena, que fue durante todo el periodo pre bacteriológico la única tecnología sanitaria capaz de garantizar de algún modo la seguridad de los territorios y las ciudades contra la importación de epidemias.
Así pues, dicho sistema en lugar de cerrar las puertas de la ciudad ante el peligro epidémico, les aplica un filtro —el lazareto— cuya función es impedir la entrada del morbo sin que esto suponga una total interrupción de las comunicaciones. Este dispositivo se fundó sobre una constelación de saberes médicos, adquiridos empíricamente, mezclados con creencias populares y estaba basado en una exclusión y secuestro durante un cierto tiempo de personas y bienes dependiendo de su lugar de procedencia, y estado sanitario. El paso de la defensa —basado en la exclusión total de las comunicaciones— a la prevención, que intenta construir un filtro, se funda en la categorización de sospechosos frente a la evidencia de la enfermedad.
Se construyeron pues tres categorías de elementos susceptibles cuyo control era de máxima importancia para el funcionamiento del sistema, de este modo pasaban a ser sospechosos los individuos, los bienes y también los otros países, regiones o ciudades. La eficacia y aplicación del plan cuarentenario estaba fundado en el control riguroso de las tres categorías, puesto que la enfermedad, procedente de un lugar infestado, podía llegar en cualquier momento transportada por los individuos y las mercancías provenientes de éste.
TRATAMIENTOS MEDIEVALES DE LA LEPRA
Quizás no haya en el extenso campo de la patología, enfermedad que haya sido objeto de tan frecuentes experiencias terapéuticas como la lepra. La historia de su tratamiento se ha dividido en tres periodos: incurabilidad, monoterapia y politerapia.19 Los tratamientos medievales contra la lepra caen en el primer periodo, debido a la incapacidad de los médicos de la época para obtener la curación o incluso la mejoría de los enfermos.
Los textos medievales que hablan sobre el diagnóstico de la lepra han sido ampliamente estudiados por su gran valor clínico e histórico. Sin embargo, aquellos libros que versan sobre el tratamiento de la enfermedad han sido poco analizados y en general han ocupado un lugar poco importante en el estudio de la lepra. Esto se debe, en gran parte, a que el tratamiento medieval contra la lepra no producía resultados benéficos. Aun cuando esto es cierto (la lepra fue incurable hasta el siglo XX con la llegada de los antibióticos), es muy interesante analizar la perspectiva que se tenía sobre la terapéutica de tan temida enfermedad.
Uno de los autores medievales que más testimonios dejó sobre el tratamiento de la lepra es Jordanus de Turre. En su libro Tratado de los signos y tratamiento de los leprosos y en sus Notas sobre lepra, Turre clasificó y analizó los diferentes tipos de lepra y sus tratamientos.
Siguiendo las directrices de Avicena y de Galeno, los médicos medievales (entre ellos el famoso Guy de Chauliac y el mismo Turre) identificaron cuatro etapas de la lepra: inicio, incremento, estado y declive, que siempre terminaban con la muerte del paciente. Tomando como base esta historia natural de la enfermedad, Turre resumió en tres los objetivos que debía tener un médico al tratar a un enfermo de lepra:
En el tratamiento de la lepra, los médicos comúnmente tienen tres objetivos: el primero es preservar a las personas predispuestas antes de que la enfermedad llegue; el segundo es curar a aquellos que sufren cuando ésta ha entrado pero no está confirmada; el tercero es paliar los daños una vez que ésta ha sido confirmada.
Los tratamientos que se recomendaron en la práctica médica medieval pueden separarse en dos grandes categorías: los médicos y los quirúrgicos. Entre los tratamientos quirúrgicos más utilizados se encontraban la aplicación de sanguijuelas, la cauterización y la flebotomía. De éstos, el más usado fue la flebotomía, que consistía en el corte de grandes venas para “limpiar el hígado y el bazo” de la sangre impura del leproso. En muchos textos se llega incluso a la recomendación de preparar ungüentos con la propia sangre del leproso para que fuesen aplicados en sus heridas. Otros autores argumentan que, al ser la sangre del leproso sangre sucia, estos linimentos deberían ser elaborados con la sangre de personas jóvenes y sanas.
Entre los tratamientos médicos más bizarros mencionados en las obras de Turre se encuentra la carne de serpiente. Esta idea de que las serpientes podían ser utilizadas para el tratamiento de la enfermedad surge de las enseñanzas de Avicena y es reforzada por Galeno. Aunque se ha pensado que el fondo teórico de la utilización de las serpientes como tratamiento es la idea de que “un veneno expulsa a otro veneno”, esto se desmiente debido a la afirmación de Galeno de que era necesario retirar la cola y la cabeza de la serpiente porque contenían la ponzoña. Es probable que esta terapéutica fuera algo más simbólico, relacionando el cambio de piel de la serpiente con el cambio de piel que necesitaban los pacientes afectados con lepra.
Sin embargo, el enfoque durante el Medioevo dado al tratamiento de la lepra fue muy parecido al tratamiento indiscriminado que se da hoy en día a muchas infecciones bacterianas. En las farmacopeas de la época se pueden encontrar, además de la carne de serpiente, otros 250 remedios para la lepra. Desafortunadamente el conocimiento médico de la época no permitía entender qué era la lepra y mucho menos curarla. De hecho, faltaban alrededor de quinientos años para que por fin se revelara el misterio detrás de la enfermedad, y otros cincuenta más para que dejara de ser incurable.
La lepra empezó a ser un asunto médico-científico a finales del siglo XIX y comienzos del XX.
1873 Descubrimiento del agente causal por el Dr. Armauer Hansen

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