LEPRA EN LA BIBLIA


En la Biblia (se empezó a escribir 1.300 años a.C, en tiempos de Moisés y se terminó de escribir poco antes de morir el último apóstol, San Juan, 100 años d.C.) Se describen ulceraciones, cicatrices y es muy enfática sobre la evolución crónica y la progresión de la enfermedad.
El nombre hebreo de la enfermedad era: Tsarath o Zaarath.
En el Viejo Testamento, libro sagrado de los hebreos, hay repetidas menciones, sobre todo en el Levítico, de la impura enfermedad (o enfermedades) conocida como tzaraat. Cuando los eruditos de Alejandría tradujeron el Viejo Testamento al griego, tzaraat fue traducida como “lepra”. Sin embargo, la medicina griega llegó al Occidente por medio de manuscritos arábigos y, cuando se tradujeron estos manuscritos al latín, la palabra arábiga que fue traducida como “lepra” no fue otra sino “juzam”, que era el término para definir la “elefantiasis” de los griegos. Esto propició que se estableciera una conexión que nunca debió haber existido entre la “lepra” de los latinos, el juzam de los árabes, la “lepra” de los griegos y el tzaraat de los hebreos. Aunque los médicos medievales conocían este error y se referían a la lepra como dos enfermedades distintas -la lepra de los árabes (o sea la lepra en sí) y la lepra de los griegos (o sea una serie de afecciones cutáneas diversas)-, esta diferencia poco importó debido al estigma religioso que se asoció con la enfermedad. Esta conexión errónea ayudó a que un padecimiento aparentemente poco importante como la lepra fuera relacionado con toda una serie de enfermedades que habían sido consideradas impuras por el libro sagrado de los hebreos (y de una gran mayoría de la población europea). En parte gracias a este error de traducción se inició la discriminación y el miedo hacia los enfermos de lepra que marcaría la historia de esta enfermedad.
Areteo de Capadocia, siglo II le dio a la lepra el nombre de elefantiasis, antes se le llamaba leontiasis o lepra leonina.
El Levítico y Pentateuco contienen legislación para prevenir y tratar la lepra, señalando las formas de diagnóstico y la obligación de vivir separados los enfermos de los sanos. Una de las citas más notables es la del Éxodo (Ex, 4, 6) cuando Jehová hace caer la lepra sobre la mano de Moisés y luego le ordena meter la mano en su seno y sacarla de nuevo, quedando curado. María, la mujer de Aarón cayó enferma de lepra durante su embarazo. Dice el texto bíblico: “Estaba leprosa como la nieve”. Para curarla ordena Jehová a Moisés que envíe fuera del campamento a su cuñada por siete días.
En el libro de los Números, 13, 1: “Cuando tenga uno en su carne alguna mancha escamosa, o un conjunto de ellas, o una mancha blanca, brillante… y se presente así en la piel de la carne la plaga de la lepra, será llevado a Aarón.
El Rey Azarías (2 Re, 15, 5) a quien “Jehová hirió con la lepra y estuvo leproso hasta el día de su muerte y habitó en casa separada”.
El Rey Uzías fue leproso (Cr 26, 21-23) hasta el día de su muerte y habitó leproso en una casa apartada. Uzías u Ozías parece ser el mismo que el Azarías de 2 Re, que se había rebelado contra Jehová.
Hay otros cuatro hombres innominados, leprosos (2 Re 7, 3) que estaban en la Puerta de Samaría, por haber sido segregados de la ciudad por su enfermedad.
La enfermedad de Job se ha pensado que pudiera ser lepra, pero el prurito que dice sentía y que era tan intenso que tenía un tiesto para rascarse con él, no suele presentarse en la lepra. Más bien recuerda a algún padecimiento dermatológico del tipo del prurigo. Sin embargo dice Job que su piel se ha ennegrecido y se le cae y sus huesos le arden de calor.
En el Nuevo Testamento hay varios leprosos. Jesús los sana como en el caso que se cita en Mateo (8, 1-4), que es el mismo que cuentan Marcos (1, 40-45) y Lucas (5, 12-16). Mateo (11, 5) dice que los leprosos son limpiados por Jesús. Simón el Leproso cuya casa visitan Jesús y los Apóstoles (Mat. 14, 3; 26,6) es otro de los leprosos del Nuevo Testamento.
La importancia de la Biblia en la sociedad medieval no puede relatarse con palabras ni medirse con números. Después de la desaparición del Imperio Romano, el cristianismo se apoderó de un mundo influenciable y débil que necesitaba desesperadamente algo en qué creer. Las ideas cristianas de salvación y perdón echaron raíces en este nuevo mundo, y llegaron a él en las hojas de la Biblia. Sobra por lo tanto decir que las ideas medievales sobre la lepra surgió de los increíblemente erróneos preceptos bíblicos. La Biblia es, sin duda alguna, el libro en el que la lepra adquiere una mayor importancia histórica y social. Aunque, como ya se mencionó, es probable que la mayoría de los casos de lepra que se refieren en la Biblia no sean la lepra como la conocemos hoy, sino otras muchas enfermedades dermatológicas, esto no afectó la repercusión de los escritos bíblicos en lo que a la lepra respecta.
El caso de Naamán, el sirio-arameo ya citado y el del criado de Elías, Giezi sobre el cual cayó la maldición de su amo por su avaricia y engañoso proceder.
Un ejemplo de esta equivocación diagnóstica la podemos encontrar en la historia de Naaman el leproso. En este pasaje bíblico se menciona que Naaman era “blanco como la nieve”. Esto hace muy poco probable que la enfermedad que lo afectaba fuera lepra, debido a que esta característica clínica no es propia de la enfermedad. Lo más factible es que la verdadera enfermedad de Naaman fuera vitíligo. Otros muchos errores pueden encontrarse, entre ellos la idea de que la lepra emblanquecía el cabello e incluso afectaba la ropa o las paredes (se ha pensado que esta “lepra de las paredes” es en realidad un hongo o quizás simple humedad).
En la Biblia la lepra no es considerada sólo como una enfermedad del cuerpo sino también como una enfermedad del alma. En este aspecto el término “leproso” no es dado sólo a aquellas personas cuya piel y cuyo cuerpo hubiesen sido destruidos, sino también a aquellas personas castigadas por Dios o apartadas y discriminadas por la sociedad.
El ejemplo bíblico más importante de la lepra como castigo es el del rey Ozías, mientras que el de la lepra como discriminación lo encontramos en el libro del profeta Isaías. En algunas traducciones de este libro se menciona que el enviado de Dios a la Tierra (o sea Jesucristo) sería considerado como un “leproso”, mientras que en otras sólo se habla de que sería humillado. Aunque Jesucristo no era clínicamente un leproso, sí causó tanto miedo y rechazo como si lo fuera en la sociedad a la que llegó. En este sentido, la lepra deja de ser una enfermedad para transformarse en un estigma social (aunque para algunas personas esta “lepra” de Jesucristo fue tomada como una señal de que los enfermos de lepra eran personas santas). De hecho, según el Antiguo Testamento, los leprosos debían de ser excluidos de la sociedad y retirados de los asentamientos humanos para vivir aislados por el resto de su existencia. Aún más importante es el hecho de que los leprosos no pudieran ser curados. La palabra que se usa en los evangelios para referirse al acto en el que Jesús alivia a los leprosos de sus males no es curar, sino limpiar. Esto indica, sin lugar a dudas, que la lepra no era considerada como una enfermedad sino como un signo de impureza y de suciedad.
No es raro, por lo tanto, que la sociedad medieval odiara y temiera a los leprosos. Tampoco es raro que los leprosos fueran segregados y apartados de los asentamientos humanos y considerados muertos en vida. Con la Biblia y sus enseñanzas como fondo histórico, se desarrollaron la vida y la muerte de los leprosos medievales.

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